Píldoras literarias

Tiempo

A veces tiene uno la sensación de que le cae el tiempo encima. No el atmosférico; el del cuerpo. El del alma. El paso de las estaciones te aturde mientras ves la vida discurrir. Y entonces te demoras más en los recuerdos e intentas ralentizar el disfrute de las horas, percibiendo hasta el más mínimo cambio en el movimiento de las hojas de los árboles. Como los druidas, crees escuchar la voz de los dioses en el viento que las agita y te deleitas en el tamborileo de la lluvia sobre la palma de tu mano. Detienes la mirada en el transcurso de una ola o en la infinitud de un mapa de nubes sobre tu cielo. Y pese a sentir que el tiempo ya no es eterno, sonríes con el rostro expuesto a la brisa amable del futuro que te resta por vivir.

Photo by Nick Kenrick. on Foter.com / CC BY

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Puertas

Una puerta. Una simple puerta.
Para otros. Para mí… la entrada a un mundo donde habitan fantasmas de vivos y muertos, seres que se entrelazan en una danza de escenas cotidianas con espectros conocidos. Con las sombras de todas las yo que he sido.

No hace falta atravesar esa puerta para sumergirse en el pasado. Lo llevo dentro, anidado entre bucles de recuerdos y rasgos heredados. En mis ojos, en mis labios. Hasta en las venas por las que transita sangre prestada.

En cuanto mi mente, sin pedir permiso, atraviesa la vetusta madera, mi cuerpo se desintegra en átomos infinitos de memoria, que flotan como motas de polvo entre capas de tiempo detenido.Al otro lado, rostros familiares asoman por los rincones polvorientos,
escenifican gestos, reproducen, como un radiocasete, las voces de esos viajeros que ya emprendieron su camino más allá de estas paredes. La huella de su presencia impregna las superficies, palpita como un corazón, enorme, desnudo, en mitad de la sala de estar, envuelto en un velo liviano y volátil. Aún puedo escuchar el eco de su latido ausente, las palabras, quizá nunca dichas, adheridas a mis oídos con el eco de cada sílaba.

El ayer ha echado raíces en esta casa y toda la pintura del mundo no puede ocultar el rastro de quienes aquí moraron.
Tras esa puerta.

 

 

 

Noches de tormenta

La tormenta lleva consigo su propio viento, emisario de dedos poderosos que agitan las hojas en las copas de los árboles. Después llega el susurro de la lluvia, que alivia la oscuridad con destellos de plata. Hasta que la voz del trueno resuena entre los recovecos del tiempo, con el eco de mil cielos antes poseídos por su negrura. Su portentoso avance va descargando miedos y sonrisas por los rostros de niños y ancianos, de suicidas y supersticiosos. Queda en suspenso la respiración de todos ellos mientras cuentan los eternos segundos hasta el siguiente rayo. Y cuando sus bramidos por fin se extinguen, dejan en nuestros sueños los rastros de otros mundos, de otras vidas. En noches de tormenta todo puede suceder.

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Esperanzas

La paz de la mañana aún permite imaginar un día lleno de esperanzas. Derrama un sendero de luz por el que caminar hacia lo que depare el futuro. Todo es posible en las horas que la brisa del tiempo ya comienza a deshilachar.

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Memoria

La extrañeza de los lugares conocidos, con su halo inconfundible de familiaridad alterado por las vivencias acumuladas durante décadas de ausencia. Aquello que no parecía importante entonces, las personas, los objetos a los que no presté atención… todos ellos cobran vida ahora ante mis ojos. Me acostumbré a mirar sin ver, a dar por sentados los rasgos de rostros que me acompañaban, los paisajes cotidianos que servían de trasfondo a mi existencia.

Hoy camino por las calles de mi niñez preguntándome si con los años seré capaz de aprender a mirar, a atesorar recuerdos de manera consciente, a escribir los detalles que verdaderamente importan en la pizarra de la memoria. Y si podré mantener esta a salvo de la mano del tiempo.

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Ausencia

Transformarse para convertirse en viento, en lluvia, en las nubes mutantes que protagonizan los sueños de aquellos que son capaces de ver más allá de esta realidad.
Transmutarse en seres alados y ligeros, en un velo sedoso que dance por el cielo embarcado en tormentas o en suspiros que escapen de pechos enamorados.

Pasar a formar parte de la tierra, renacer en la sabia de los árboles, susurrar palabras en la lengua de sus hojas cuando las mece la brisa.
No ser sino presencia invisible, aroma a días felices.

No ser sino en ausencia.

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Miradas

No hace falta ser poeta para expresar que una mirada tiene el poder de estremecerte, sin que seas capaz de recordar el color de esos ojos que te contemplaban. Verde, azul o marrón se difuminan como un velo transparente que te abre paso hacia el corazón mismo de quien te mira durante un segundo eterno.  No es necesario ser un dios para conocer la sensación exacta que experimentarías al viajar en el tiempo; el aliento cálido que escapa de unos labios puede transportarte a los confines del universo con tan solo rozar tu piel, con que apenas intuyas su tacto. Así de fugaz e intenso puede ser el primer instante en el que dos almas similares se cruzan.
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Decidir

Al otro lado de la vida nos espera el final de la estela que hemos seguido incansables. Con solo extender los dedos atravesamos un muro borroso, denso, formado por remolinos que giran ante nuestros ojos como nubes de tormenta.

Un pequeño esfuerzo para insertar el cuerpo entero, sintiendo la opresión de un útero invisible y escurridizo que nos deposita en ese mundo ajeno. Al aterrizar percibimos el aliento del destino sobre nuestros párpados cerrados.

Y toca decidir…

Elegir entre abrir los ojos o aguardar en silencio el pálpito de un corazón entumecido, a la espera de una muerte que no llega.

Aceptar el reto…

Abrir los ojos y respirar.

Trascender el momento.

No ser ya de la misma forma.

Avanzar, sin mirar atrás.

Despojarse de la piel y vestirse de sueño, por fin.

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Anatomía de una melodía

Intento comprender el efecto de la música sobre mí. Pruebo a escuchar una de mis piezas favoritas desde cierta distancia, para ver si consigo que no me afecte como siempre; para saber si puedo mantener las emociones al margen, tras un muro de indiferencia que me permita disfrutar de la canción desnuda.Y parece que lo consigo. Las notas del piano me erizan ligeramente la piel sin que ningún rostro asociado al ayer se cruce ante mí y, aunque el corazón palpita más rápido de lo habitual, aún lo hace con el tic tac predecible.

Ilusa.

Cuando creo que todo está bajo control, desde algún rincón secreto del alma, desde un escondite polvoriento, asoma un germen de memoria que ha conseguido escapar al lazo de la indiferencia. Las notas, traviesas, cargadas de sentimiento, se embarcan en mi sangre y el corazón no da abasto para bombearla toda. Con las pupilas ya dilatadas y la respiración acelerándose siento una fuerza que me impulsa hacia el borde del precipicio. No queda otro remedio que saltar y emprender el vuelo.

Las lágrimas, antes a buen recaudo, logran colarse por entre unos párpados que se negaban a dejarlas salir. Imágenes cargadas de recuerdos transitan ante mí sin que pueda, sin que quiera, ignorarlas. Ya no.

Imposible escapar de la magia de la música. Suya soy y ella mía es.

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Guardianes de la memoria

Viejas fotografías y cartas. Las habíamos olvidado y, de pronto, surgen desde los rincones polvorientos. Siguen ahí, como guardianes de la memoria. Los rostros del ayer nos retan a regresar con ellos a ese tiempo, a ese espacio. Ojos que alguna vez nos hicieron perder el aliento nos observan desde el pasado sin juzgarnos. La correspondencia de los ausentes, la de los muertos y los vivos que ya no nos acompañan en el camino. Los trazos de la caligrafía amada delinean las palabras que se ahogan en nuestras gargantas. Ya nunca saldrán, serán silencio. Pero en silencio también se puede recordar y volver a vivir los días que ya no volverán. Y llorar. Y sonreír.

 

 

Náufragos

Contemplar a una persona convertida en una mota naranja a merced de las olas ha de ser una visión terrible. A esos seres que no llegan a ser náufragos, pues perecen antes de conseguirlo, se les ha cruzado un enemigo imbatible en su camino y no es el mar, el mismo que a otros les sirve para vivir. Para gozar.

Ese mar, con su abrazo de titán, es tan solo el instrumento que el destino elige para arrebatarle la vida a quienes no tienen otra opción que arrojarse en sus fauces. Y así, se convierten en cuerpos derrotados por la marea, por el agua salada que se nutre de sus lágrimas y anega sus pulmones; que arrastra al fondo sus almas, despojadas de la carne que las cobijaba.

Los rostros de aquellos que tenían una vida, muchos sueños y al menos una esperanza, flotan en un vaivén salvaje. A quienes no logran llegar a la otra orilla, sino que se encuentran, de pronto, en plena laguna Estigia, nadie les echó una mano que podría haberles sacado de las profundidades mucho antes de que sus pies tocaran la arena de una playa lejana.

Oscuridad y frío, mucho frío. Es todo lo que queda mientras miro el mar hoy. Un día cualquiera para mí… para ellos no.

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Sombras

Hay días en los que las sombras que llevamos dentro nos succionan para alejarnos del cielo. Desaparecemos en nuestro interior, a buen recaudo.

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Silencio

¿Cómo despojar a una canción de la huella de alguien? Tan difícil como conseguir que tus ojos dejen de ver, tan brutal como arrancar la carne del hueso. Imposible borrar el rastro de una persona en cada nota sin tropezar en los intangibles surcos del ayer. La esencia de los seres que se nutrían de esa música revolotea arrastrada por la brisa, como un velo liviano, te envuelve con el aroma de lo conocido, del hogar; del pecho al que regresarías sin dudarlo, aunque tuvieras que sacrificar el alma para poder hacerlo. Deshacerte de tu propia sombra, separar sin fisuras la locura de la cordura… cualquier cosa es más fácil que dejar en manos del olvido una melodía en la que aún palpita el rostro de quien ya nunca escuchará esa canción contigo.

Tan solo la ausencia de música podría desconectar tu corazón de tu cerebro, romper el cordón que te mantiene unido a alguien… pero en el fondo sabes que el silencio nunca será un rival para la música. Así que sigues escuchándola y que sea lo que tenga que ser.

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Latidos

A los corazones incansables, aquellos que soportan los rigores del amor y los desafíos del olvido; a los que afrontan cada sístole de pesar con otra diástole de esperanza; a los que habéis sobrevivido al invierno de la indiferencia y al infierno del desamor; a los que os quedasteis cerca para que pueda seguir escuchando vuestros latidos amigos; a quienes partieron hacia mundos desconocidos y remotos desde donde solo puede intuírseles… a todos os deseo un tránsito hacia el nuevo año colmado de buenos pálpitos y que solo os aceleren el pulso la alegría y la pasión.Gracias por estar ahí.

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Feliz Navidad

Tenía el alma congelada hasta que un aliento cálido le insufló nueva vida a la sangre. Hoy el corazón vuelve a palpitar y la rueda de la memoria prosigue su avance en busca de nuevos recuerdos.

Existo en la infinitud del camino que ante mí se abre y lo tomo con la sonrisa abierta y la inocencia casi intacta.

Os deseo una Feliz Navidad a tod@s.

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Comienzos

La vida debería estar hecha solo de comienzos, de descubrimientos. Como el encuentro con una mirada desconocida, pero que ya tiene el poder de filtrarse por la tuya para formar parte de ti; para diluirse en tu propia sangre.La vida debería detenerse siempre en ese primer instante de dicha que hace a tu corazón perder un latido; en esos segundos robados al tiempo en los que contemplas a quien es capaz de dejarte sin aliento con una simple palabra… con un simple silencio.

Comienzos, nada más, sin planes ni un mañana… pero con todo un mundo por delante. La magia de la esperanza suspendida eternamente en el ahora.

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Viento

El deseo de permanecer en un corazón, en una memoria, puede ser tan irracional como inevitable. También lo es la angustiosa esperanza de que el azar te permita deslizarte furtivamente por los rincones de un sueño, a salvo de la tozuda voluntad de quien duerme. Aunque te transmutes en la sustancia del pensamiento, el anhelo de no desaparecer aún resuena como un eco entre tus secas venas y se camufla en tu sombra. Con cada vestigio tuyo que la brisa dispersa el tiempo deviene en una eternidad que suena a condena. Te conviertes en un fantasma sin pasado y la realidad soñada se resquebraja con un mero parpadeo.

La nostalgia no es contagiosa ni la inspira un milagro. Se siente o no se siente. Tan aleatoria como el olvido, que tiene el poder de eliminar todo rastro de tu existencia si alguien desea borrar tu nombre hasta de labios del viento.

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Poderosa melodía

Seguro que te ha ocurrido alguna vez, aunque no siempre suceda con la misma intensidad. Escuchas una canción y, de pronto, te ves transportado a otro mundo. Es como una presa abierta dejando entrar una tromba de agua. Penetra por tus oídos con el tacto de la seda, con el poder de la magia. Juguetea entre ellos y te inunda cerebro, mirada y venas. Sustituye al aire en tus pulmones, bombea sangre hecha de notas cargadas con emociones que te desbordan el alma. Te desbocan el corazón.

La mente está tan rebosante de melodía que parece no haber sitio para los pensamientos.

Sí lo hay.

Estos fluyen por entre los acordes en perfecta simbiosis mientras la canción, sin que tú lo decidas, te marca el ritmo del paso a medida que caminas.

Bajo su embrujo te crees un dios que puede alzar el vuelo en cualquier instante. Te posee, te convierte en su reino y te transporta a donde tus sueños son tan reales como tú quieras.

La música palpita en el color de tus ojos, renace de las profundidades del sueño en cuanto despiertas, insufla vida a tus personajes, te inflama el pecho hasta que sientes que este va a reventar. Y poco a poco parece apagarse tras horas, o incluso días, siendo la banda sonora de todos tus movimientos y elucubraciones.

Pero no es así.

La melodía sigue oculta en los pliegues de la memoria, latente, aguardando para acudir a ti cuando menos lo esperes.

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Caminos

Cuántos caminos se cruzan en esta existencia sin que quienes los emprenden lleguen siquiera a saludarse, a compartir una mirada. A rozarse la piel.

Los viajeros de esas otras rutas tan lejanas y cercanas a la vez no siempre se dan cuenta de tu presencia, aunque te escueza el alma de observarles, de esperar una sola palabra suya; aunque alargues, con temor, los dedos para sentir por un instante su calor.

Cuántas estrellas fugaces perseguimos en busca de la felicidad, para hallarnos al final del sendero tan solos como al principio.

Cuántas historias inconclusas, que pensábamos serían eternas, se evaporaron ante nuestros ojos dejando atrás un perfume que se resiste a desaparecer de la memoria.

Cuánta vida por vivir y cuánta ya vivida.

Y aquí seguimos.

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Huellas

Hay momentos en los que es necesario borrar las huellas que dejas tras de ti para no volver a encontrar el rastro; vaciar la mente, desconectar tus venas del corazón de otros y recluirlas en tu pecho, bajo un velo de olvido y lágrimas, donde sean indetectables para la memoria. A veces es imprescindible arrojar los recuerdos al mar y arrancarse las viejas alas para perderse en senderos que nadie transite.

Y caminar, sin rumbo, con los deseos en un bolsillo y la sonrisa presta en el rostro, dejando que el mundo nazca ante ti con cada paso que das.
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Vértigo

Atrapo la chispa y cierro los dedos para que no escape. Su calidez me asciende por el brazo, recorre el pecho y vuelve a salir por mis ojos.
Se inicia el viaje.

Un torbellino me envuelve, se convierte en huracán, me succiona hacia un mundo que solo cobra vida con la siguiente letra y la que viene después…
Vértigo.
Por fin brotan las palabras. Se derraman sobre el papel, lo tatúan con mi propia sangre, con finas venas negruzcas que antes formaban parte de mi cuerpo. De mi mente.

El arrítmico batir del corazón me enloquece el pulso, aleja enemigos y amigos por igual, me vacía durante un tiempo de completa extrañeza de mi misma.
Vértigo.
Pasado y futuro se difuminan. Ante mis ojos palpitan ideas que esperaban ocultas su momento para nacer. No existo mientras las frases brotan en pleno aire, no respiro mientras la mano traza signos que aún no poseen un significado completo.

No soy hasta que pueda ser, cuando la historia concluya dejándome en silencio.

Y así permaneceré hasta que llegue otra chispa con la que iniciar un nuevo viaje.

Hasta que el vértigo vuelva a atraparme.

 

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Photo credit: Foter.com

 

 

Clave de luna

Si pudiera componer música con las palabras afiladas que desprenden la piel de mis huesos… componer hasta la extenuación, derramar mi ser por el papel, dejar que la sangre se convierta en notas, desnudas, etéreas, que floten ante mis ojos en una danza infinita. No en clave de sol, sino de luna, para buscar la paz bajo su benévola luz y emprender el vuelo hasta ella sobre gotas de lluvia.

Si pudiera…

Y dejar que el vértigo vacíe mi cabeza para que allí solo entren melodías, sin rostro, sin pasado… Pero cada nota tiene alma, huele a ayer, porta consigo la esperanza de un sueño. La música, temible y amada música, nos salva y nos destruye con cada acorde que logra infiltrarnos en el corazón.

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Destino

El destino, esquivo, se enzarza con el pasado en una danza que nos arrastra hacia el infinito, como una melodía fantasmal, como el eco de palabras moribundas. Es una telaraña que te atrapa en pleno vuelo y se adhiere a cada centímetro de tu piel, con una lengua pegajosa y un aliento que apesta a días revividos una y otra vez. Te permite mirar hacia atrás y hacia adelante, pero te impide dar pasos en ninguna dirección. Estás atrapado en un bucle de tiempo que no transcurre, sino que se alimenta de tu sangre, de tus lágrimas. Fluye en ti y por ti. Te encarcela en tu propio cuerpo y te exprime el alma para obligarte a claudicar, a aceptar lo que te espera sin posibilidad de elegir. Por mucho que necesites rebelarte y huir para no languidecer en un instante detenido eternamente, para no anclarte a un presente inabarcable a la vista… sabes que no hay escapatoria. Has de aprender a soñar para no morir a una hora fijada, para no dejar que unas raíces te amarren a la tierra y te prohiban salir volando sin rumbo, sin planes; a merced del bendito azar.

Soñar y soñar para romper las cadenas de lo previsible, de lo impuesto por voluntades ajenas; esa es la única forma de que un espíritu libre sobreviva a los manejos del destino.

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Ad aeternum

Nacemos, nos entrelazamos, nos cruzamos por miles de mundos que nos acercan y vuelven a distanciarnos. Vienes, me amas, me llenas, me hieres, me vacías, te alejas, desaparezco…

Renazco.

Nos perdemos en el bosque de los deseos, vagamos enzarzados en un bucle de tiempo, navegamos por los mares de la memoria a veces sin reconocernos. Hasta que una imagen, un sonido, un olor, nos arrancan del presente con la fuerza de un huracán y nos transportan a otros cielos, a otros amaneceres compartidos en el transcurso de innumerables vidas. Aunque lo hayamos olvidado. Aunque yo ya no sea yo ni tú seas tú. ¿O acaso sí lo somos?

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Soñar

Tendrían que inyectarnos las palabras en la sangre para que nos las creyéramos, para volver a confiar en que todo es posible. Inocularnos el virus del optimismo… solo así podremos soñar de nuevo.

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Agua

Sumergirse en el agua es fundirse con ella, con el hálito de un viento que no sopla. Solo has de dejar que el líquido te acaricie y te envuelva como una segunda piel, penetrando por tus poros, adaptándose a tu cuerpo como si quisiera poseerlo. La forma aerodinámica que eres se prepara para volar. Un paso, dos… y saltas. Y en vez de ascender te precipitas con la incertidumbre de un suicida… Brazos por alas, piernas como cola de pájaro, ojos clavados en un horizonte de libertad. Así surcamos un cielo denso que ralentiza la realidad y avanzamos por el lento transcurso de los sueños conteniendo el aliento. Nos convertimos en seres etéreos, en jinetes a lomos de una fantasmal brisa húmeda que borra las lágrimas adheridas a nuestras mejillas desde el origen del tiempo. Desde que aprendimos a respirar para no morir.

Photo credit: Foter.com

 

Criaturas

A veces caemos en nuestras propias trampas, con ayuda de otros o solos. Ilusiones, expectativas, desengaños, sueños frustrados… con todos ellos tejemos una alambrada que nos envuelve, que hunde sus afiladas puntas hasta adentro. Y cuando el mero hecho de respirar se torna doloroso y necesitamos escapar de nuestra cárcel, arrancamos los alambres… pobres idiotas. Creemos que así seremos libres, pero lo cierto es que al hacerlo nos rasgamos piel y alma, dejamos a la vista el infierno que portamos en el interior y solo logramos escapar a medias. Las cicatrices y los restos de pasado nos acompañarán siempre para recordarnos el sabor del abismo y para poner más peso sobre nuestras alas. Aun así, conseguimos alzar el vuelo y escapar a cielos más propicios… Nosotros, criaturas maravillosas e imperfectas.
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Des-amor

¿Será posible»des-hablar» las palabras que le dedicaste a alguien durante un tiempo casi infinito? ¿Y «des-acariciar» su piel, que tantas veces recorriste como si fuera un mapa en el que buscabas tu destino?

«Des-amarlo» sería entonces la única forma de invocar una marea de olvido sobre su rostro para lograr borrarlo de la intacta arena de tu memoria. Habrías de aprender a «des-esperar», a abandonar toda ilusión de compartir un mundo que no es lo bastante grande para abarcar vuestras sombras.
Solo así, obliterando palabras, caricias, amor y esperanza tendrías alguna posibilidad de sobrevivir en una maraña semántica a la que, en ocasiones, resulta imposible encontrarle un sentido.

 

 

Sueño

Cuando la oscuridad cubre sus ojos, la luz invade su mente y comienza a recrear escenas que la arrastran de vuelta a la vigilia. Se le ocurre que debería existir un botón de desconexión para el pensamiento. Tras dar mil vueltas llega la revelación: arriesgaría toda la eternidad por apoyar una vez más la espalda en su pecho y sentir cerca su calor, su olor. Por notar ese aliento tibio en la nuca y empaparse de su aroma a alma conocida, de su calidez carente de palabras. El mundo sucumbiría al olvido y el peligro del abismo se pospondría aunque solo fuera un poco más. Y dormiría, por fin, seis, ocho, diez horas seguidas, sin pesadillas. Quizá de esa forma sería capaz de retornar a sí misma, a quien era antes de aquel tiempo oculto tras un recodo en la memoria. Y durante esas horas robadas a la muerte convergerían pasado, presente y futuro bajo el hechizo del sueño. Solo así podría abandonarse en manos de la noche con una sonrisa en los labios.
Photo credit: Raul Garré via Foter.com / CC BY-NC

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Música

A veces la música se adhiere a una imagen como una caricia a la piel; imposible sentir la una sin la otra. Los recuerdos que emergen con cada nota cobran vida ante tus ojos y palpitan henchidos por el viento de la memoria. El impacto de la melodía te toma por sorpresa transportándote a instantes pasados. Te envuelve en ellos con un aroma a presente que resulta embriagador y temible a partes iguales. Vivos y muertos regresan a lomos de unos inocentes acordes que tienen el poder de demolerte o reconstruirte… Bendita música.
Photo credit: Pogo1 via Foter.com / CC BY-NC

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Días como este

Hay días en los que el solo aroma del café te salva la vida. En los que la brisa cargada de olor a lluvia no arruina un día de verano, sino que lo hace perfecto. El amanecer te invita a sentarte y contemplar el cielo, a sentir la caricia del viento en el rostro y a ignorar el sabor amargo del ayer en la boca. Los cabellos juguetones del flequillo se enlazan en una danza moteada de preciosas gotas que el cielo deja caer sobre ti para limpiarte el dolor, para borrar las últimas lágrimas de tus mejillas y traer la sonrisa a tus labios. Hasta que de estos surge un «gracias», sin saber a quién o por qué lo dices. Hay días en los que los malos sueños no logran atraparte en sus redes y despiertas con gesto reposado, como el de un niño, como el de un anciano que no se deja vencer por el olvido, con la certeza de que estás ante un momento único. Ante un milagro cotidiano. Hay días como este.

Photo credit: p_v a l d i v i e s o via Foter.com / CC BY-SA

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Sábado noche

Los sábados, con sus tardíos amaneceres y sus noches inmensas, casi eternas. Te asaltan las ganas de retomar el ocio, de olvidar rencores, de sacudirte la maraña de preocupaciones que ya reinan entre lunes y viernes, ¿para qué darles más cancha? Sabores y apetitos acuden a tu lengua y pujan con el alcohol por arrebatarte la voz. Tus palabras tropiezan entre remolinos etílicos, se enredan en el gusto de un bocado delicioso que se atrinchera en tu boca. Tu mirada directa abarca los ojos de los otros, los amigos, los extraños. Tu mirada furtiva se esconde por entre los pliegues de risas ajenas de las que te gustaría ser causa. Compartes platos con el destino, le disputas un beso a la noche y al final te das por vencido ante la evidencia de la vida, de la muerte. Del sueño. Y vuelta a empezar, a deshacer el camino. Desvíos, paradas para aspirar esa brisa que se divierte durante apenas unos segundos entre tus cabellos, después te acaricia y se marcha en busca de otra piel. Sonríes y no piensas. Caminas. Te alejas de ti y de todo. Regresas a ninguna parte y te sumerges en el sueño anhelado entre sábanas que huelen a ausencia. Mañana será otro día.

Photo credit: eblaser via Source / CC BY

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Funambulismos

Hoy coloco sobre la mesa los recuerdos que te atañen. Los esparzo con los dedos como si fueran fichas, deteniéndome unos segundos mientras mis ojos, los que no miran, se llenan de tu imagen; de los miles de instantes que compartimos. La mano del tiempo también los toca y deposita sobre ellos una huella de futuro para que permanezcas, para que nunca te vayas del todo. Tomo aire… La sonrisa que creía perdida vuelve a emerger por la comisura de mis labios y estos no llegan a paladear el gusto salado de la solitaria lágrima que me recorre serpenteante la mejilla; mi pulgar la ha atrapado antes. Las pequeñas trampas de la nostalgia. Sonrío. Desfrunzo el ceño… Ya pasó. Pasaste. Aunque te quedes ya no serás igual, pese a que continuarás siendo tú. Te reservo una parcela en un rincón de mi memoria, eso sí, tras una puerta cerrada con llave, la que cuelga de mi cuello con una cadena ligera. Para que no se pierda, para que sienta mi corazón latir a través de la piel y lo calme con su tacto impregnado de pasado. Así podré permitirme caer en la tentación, solo de tanto en tanto, de asomarme furtivamente a ese rincón y seguir viéndote cuando el alma me lo pida a gritos. Pero ahora la cierro, paso la llave y la pongo en su sitio; se balancea sobre mi pecho con el equilibrio inestable del funambulista, con el pánico al abismo que se abre entre el ayer y el hoy. Hasta que la sujeto entre mis manos y me doy cuenta de que soy yo quien avanza por el alambre. Desafío a las alturas, me detengo y miro al frente, nunca abajo. Avanzo con la angustia del principiante por el incierto sendero que se extiende ante mí y cuyo fin no llego a vislumbrar. Con las plantas asidas amorosamente al fino hilo que me separa de la muerte, siento en mi rostro la caricia del viento. Él se llevará consigo ese perfume tan parecido al tuyo y me prestará su voz para desearte la mejor de las travesías. Espero que el destino te aparte naufragios y el alba te sorprenda con la risa dispuesta. Que el futuro no ose ponerte zancadillas ni añadir un solo peldaño a tu escalera, tanto si subes como si bajas. Que la marea te bese los pasos y llene tus pulmones de brisa de vida, de calma, y te dé aliento cuando la desazón pretenda acorralarte. Que todo lo bonito que palpita bajo el cielo se cruce al menos una vez en tu camino. Y que mi recuerdo te visite, aunque sea en sueños que olvidarás al despertar, y deje la estela de un beso bienvenido sobre tus labios. Te deseo todo esto y mucho más. Para ti y para mí también; un mundo de dicha, aun con océanos entre medias, pero con el reflejo de una misma luna en nuestros ojos. Y ahora sigo mi marcha hacia la otra orilla de este vacío que ya no lo es tanto.

 

 

Esperanza

Cuando la esperanza quiere volar hay que darle alas, apartarle obstáculos, alzarla en la palma de la mano, con cuidado, con mucho cuidado, como si fuera un pajarillo. Y si al acercarse la primera brisa se le regala el tímido impulso de un latido de corazón, poco más perceptible que el silencio, pero cargado de vida, aquella alzará el vuelo con el sigilo de la inocencia, con la cautela de lo ya vivido. Solo faltará prestarle el ímpetu del propio aliento para verla elevarse por entre las nubes enredada en una danza insegura, temeraria… valiente.
Cuando la esperanza quiere volar no hay tormenta que la detenga ni infierno que pueda alcanzarla allá en lo alto, en un cielo plagado de sueños que sabe que le pertenecen.

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Risa

Respira hondo y deja que la brisa del mar penetre hasta tus pulmones y se lleve por delante los pesares que han extinguido tu luz. La que irradiaban tus ojos en el tiempo de la inocencia. Recupérala. Inhala, siente la vida hinchándote las venas, abriendo camino a sangre nueva, cargada de tonos cálidos, de aromas deliciosos. De sabor a ti mismo, a esas pequeñas cosas que te agrandaban la mirada y derramaban tus sueños por doquier para que los vieras crecer. No hay marea que pueda borrar la huella de esos sueños. Siente como palpita de nuevo el alma por todos los rincones. ¿Notas tu corazón henchirse con el ansia de los días venideros? Deja que el dolor escape entre tus dedos como fina arena que el viento esparcirá, suelta los perros de la ira para que corran y se pierdan más allá del horizonte. ¡Que les vaya bien! Goza del tiempo que te resta hasta el fin de tus amaneceres. Bebe, paladea, aprende una sonrisa nueva, deléitate en la incertidumbre de lo imprevisto. Córtale el paso a las lágrimas, ignora las cadenas que te amarraban por decreto del destino. Eres libre y ya puedes caminar, vagar entre miradas ajenas, sin buscar, sin ocultarte. Simplemente sé. Respira. La risa volverá, sin duda alguna.

 

 

Catarsis

…Palabreja que viene del griego. Suena contundente, severa, hasta parece presumir con su forma de la fuerza de su contenido. Según dice el diccionario en su primera acepción es «la purificación ritual de personas o cosas afectadas de alguna impureza»… Buscas la infección, la savia envenenada que te recorre el alma dejando un reguero de recuerdos clavados a su paso. Descartas las imágenes que se asemejan a meros negativos, pues no hay manera de distinguir en ellas los rostros del pasado, incluyendo el tuyo. Parpadeas. Cierras los ojos durante el transcurso de una respiración profunda y ya está.
Cara. Espejo. Alma.
Los tres libres de impurezas, a la griega, sin refranes de por medio. Nos hemos quitado de encima de un plumazo no solo la acepción primera, sino también la quinta: «eliminación de recuerdos que perturban la conciencia o el equilibrio nervioso». Las puntas de tus pies sobresalen por el borde del acantilado al que te asomas con el miedo oprimiéndote las costillas. Equilibrio, nervioso o no, es lo que necesitas para llevar a cabo el ritual del punto uno. Vamos allá… Mirada al frente, olvido autoimpuesto para no sucumbir a la tentación de arrojarte por el precipicio. Solo un minuto más de paciencia, de soportar el peso de tu destartalada vida. Estás preparado, inspiras y, por fin, sucede… Los gritos angustiosos que acabaste susurrándole a tu almohada; la huella en el estómago de las palabras no dichas, fermentadas en tu interior como un líquido corrosivo que transitaba irrefrenable tus venas; la incapacidad de reconocer en ese reflejo tus propios rasgos, mutados por la rabia; lo imposible de una risa espontánea y, por último, la agonía de un pecho sometido a la tiranía del rencor… En pleno éxtasis catártico los sujetas a todos ellos entre tus dedos, con la fuerza de lo recién nacido, con el ansia del llanto derramado por romper diques. Y cuando abres las manos, con los brazos extendidos ante ti, el viento dispersa el polvo fino en el que los has convertido. Lo arrastra, compone una marea volátil que revolotea a tu alrededor antes de alejarse en busca de otras tormentas… Como harían las cenizas de tu propio cuerpo, el que sigue aquí, presente, a este lado del abismo. Libre de las impurezas que, con su marcha, han dejado atrás la ansiada calma. Ritual completado.

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Echar de menos

Le temo más al efecto de la muerte sobre las personas que a la Parca misma. Me aterra el pesado manto de dolor que cae sobre ellas y del que no puedes protegerlas. Protegerte. Ni la propia desaparición asusta tanto como ver en los ojos queridos la sombra proyectada por la ausencia, como intuir que un vacío en su pecho ocupa ahora el espacio de quien se ha marchado. El rostro es un mapa de lo vivido, pues en él queda grabada nuestra historia. Hasta la mirada nos cambia bajo el peso de la constante pregunta, «¿Por qué?» Y quienes seguimos respirando, aunque cada toma de aire escueza y arranque un trocito más de corazón, nos quedamos en este mundo condenados a echar de menos. A quienes se marchan y a nosotros mismos, los que fuimos mientras ellos estaban con nosotros.

 

 

Aprender

Antes se decía que la letra, con sangre, entra. Nada más lejos de la realidad. Tan solo te desangras y no aprendes, porque estás deseando lanzarte en los brazos del olvido. No te engañes: no entra la letra ni cala la idea, de igual modo que tratar de convencerse de algo tampoco suele funcionar. Los propósitos, los planes, las intenciones, todos se diluyen si antes no se cava un hoyo muy profundo para achicar del alma los restos de vida inservible. De recuerdos y rencores, de esperanzas no cumplidas, de locuras irrealizables… Irrealizadas. Paladas y paladas de polvo de amor, de lazos desatados, de palabras nunca dichas, de ideas abortadas. Todo fuera, es la única forma. Y una vez vacíos corazón y cerebro se puede comenzar a llenarlos con mimo, con una mezcla que arraigue y dé como fruto la convicción de que la semilla se convertirá en árbol y el deseo en realidad. De que regresará el aliento a los pulmones y la memoria se reseteará. De que renacerás de tus propias cenizas. Y así aprenderás… a respirar, a vivir. Como siempre, pero como si fuera la primera vez. Y a fuerza de llenar el hueco con tierra fresca y savia nueva, irás saliendo, acercándote cada día un poco más al borde. Hacia arriba, siempre hacia arriba, con los ojos puestos en un glorioso mar de nubes.

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Navegantes

A veces, la aparente calma que nos envuelve no hace sino ocultar aguas embravecidas, justo bajo nuestros pies, que sin saberlo pisan la tierra blanda de nuestras convicciones. Mares oscuros discurren entre la piel y los huesos, arrastran con su marea la seguridad que creíamos anclada en algún punto del corazón. Ahí mismo, donde laten los deseos, donde se juntan los días ya vividos con los que nos faltan por vivir. A veces creemos que la realidad que nos rodea es lo que vemos, los aromas que aspiramos, las imágenes que acarician nuestros ojos incluso cuando están cerrados o esos sabores que se mezclan con la saliva para dejar en la lengua el sabor de lo efímero. Pero yo creo que lo que de verdad palpita tanto dentro como fuera es la esencia de lo que somos; un espíritu joven, ingenuo, con el futuro desplegado ante nuestros pies y las decisiones aún por tomar, con el ansia de aprenderlo todo, hasta el dolor ajeno. Mientras tanto, con nuestro propio dolor tejemos un manto de sueños para que nos ampare en las noches oscuras, durante los segundos inciertos de no saber si la siguiente respiración saldrá por los labios… Navegamos nuestras propias aguas turbulentas y capeamos el temporal que la vida nos arroja para mantenernos atentos, despiertos, para comprobar si somos capaces de no perder el norte. Para que sigamos adelante, remando hacia el gris infinito que se oculta tras el horizonte. Rememos, pues, que si el sol no viene hasta nosotros, nosotros iremos hasta él.

 

 

Tierra

A veces, solo a veces, es posible sentir las raíces de la tierra extenderse por tu cuerpo, como venas que portan la energía del pasado, de un ayer que no te pertenece. Su savia discurre por todos tus rincones y se desliza hasta el alma, inundándola de sensaciones, de olor a bosque. A libertad. Y en su recorrido graba en tus ojos la amplitud del cielo inmenso que se abre ante ti cuando miras hacia arriba, te nutre con la energía de futuro necesaria para mantener vivo tu pecho palpitante, ansioso de experiencia, mientras buscas tu propio destino. La tierra bombea por tus arterias sangre que te alimenta de sueños y de penas, de luz y de sombras, de recuerdos ajenos. Te ofrece el regalo de imaginar lo que puedes hacer con tus días mientras caminas sobre ella, con su constante presencia bajo los pies, sintiendo como sus cuidadosos dedos se entrelazan en torno a tu corazón para protegerlo de ti mismo. Y esa sangre se torna saliva en tu lengua, deja en ella un sabor a vida que perdura desde que exhalas tu primer aliento hasta que vuelves al lecho de la madre. Al regazo de la tierra.

Photo credit: Dh0r via Foter.com / CC BY-SA

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Vuela

Volar no es imposible en esta realidad inventada para mentes soñadoras. Como la mía, como la tuya… si quieres. Basta con inspirar hondo, tensar el cuerpo, mirar al cielo y darte cuenta de cuán ligero eres. Tomas carrerilla, invocas a las nubes, te encaramas al soplo de la brisa y… ¡allá vamos! El comienzo da pánico, si miras abajo estás perdido. Sonríe, confía, desafía al destino y encamínate a ese firmamento cuajado de promesas, navega hacia un mañana grisáceo que te ha estado llamando desde que apenas eras el germen de una idea en un cerebro ajeno. Aletea, haz piruetas, reta a la muerte con movimientos osados, juega con el viento en un interminable remolino de vida. Deja que te succione, que te bese, que te impulse a las alturas y no permitas que te amarren a una existencia que te condena a contemplar las estrellas desde el suelo. Arriba, siempre arriba, hasta que los confines de espacio y tiempo queden difuminados tras tu silueta de pájaro. Te deseo el mejor de los viajes, amigo.

Photo credit: DFectuoso via Foter.com / CC BY

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El otro

¿Te ha ocurrido alguna vez? De pronto, no sabes quién es esa persona cuyo corazón late en el tuyo. Es alguien que observa el mundo desde tus ojos, puedes sentir sus pensamientos filtrándose por tu mente, pero tu cerebro no los ha creado. Otra sangre discurre por tus venas, una saliva ajena se mezcla con la tuya y cuando toma aliento tus pulmones se llenan también. Sin embargo, no eres tú… O sí lo eres. Observas mudo a ese intruso planteándose tu vida, llorando tus lágrimas, planificando un futuro que no compartiréis. Porque no se trata de un tú y un yo, de un nosotros; no hay nadie más, aunque empieces a dudarlo. El temor, los sueños, los remordimientos… Todos son tuyos, aunque ahora hayan quedado relegados a un rincón sin que tu voluntad medie en ello. Respiras, si bien ese aire nutre otras células, bombea tu existencia hasta el último recoveco de un ser que no reconoces, pese a tratarse de ti. Te has convertido en un extraño cuya sombra se proyecta desde tu cuerpo, en alguien que te lleva consigo cuando se aleja de ti. Hasta que una sacudida impredecible y fuera de tu control te devuelve al aquí y al ahora y te enfundas de nuevo tu solitaria piel. Suspiras aliviado al reencontrarte contigo mismo, a pesar de que en el fondo sabes que volverá a suceder y tal vez entonces no serás capaz de regresar. El otro convertirá tu cuerpo en su reino, tu alma en su lecho y se beberá de un trago el tiempo que te pertenecía. Pero hasta entonces… Vive. El mundo aún es tuyo.
Photo credit: Réno via Foter.com / CC BY-ND

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Todo es posible

Vamos a reírnos hasta que nos duela todo, finjamos que el mundo sigue rodando y que somos capaces de cualquier cosa que nos propongamos. Desafiemos al futuro con un presente envuelto en tinta que no es metáfora de sangre, sino nuestra voz dejando por escrito lo que el alma nos dicta. Esparzamos al viento palabras de consuelo infinito para que nos lluevan desde las alturas si alguna vez las necesitamos y extraigamos del corazón mismo una esperanza a la que nada ni nadie pueda ponerle límites… Vivamos, pues, soñemos, porque en este instante todo es posible.

Photo credit: N.Walster via Foter.com / CC BY-ND

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Propósitos

Mis propósitos para otra vida: mezclar mi sangre con tu saliva, abrazar tu cuerpo con mis venas, confundir tus latidos con los míos. Hablarte de mí, de ti… Despertar de tus sueños y respirar el aire con el que me nutres. Volar con forma de nube mientras proyecto tu silueta sobre el mar. Diseñar el color del firmamento a nuestro gusto. Regalarle un año entero a la muerte a cambio de un solo día de morar en tu pensamiento, de un instante vivido de verdad. De un segundo soñado, inexistente… pero tan real como tu sombra. Y entre tanto esta, abrazada a la mía, me guiará en el camino que, por el momento, recorro a solas. Hasta que volvamos a encontrarnos.
Photo credit: katesheets via Foter.com / CC BY-NC

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Fragmentos

La vida está hecha de escenas, de instantes intensos, maravillosos, terribles y también extraños que, raramente, forman la película completa. Lágrimas y risas se superponen en un plano inalcanzable de memoria fragmentada, hasta que llega un momento en que no sabemos distinguir las unas de las otras. Rostros conocidos y otros que creemos haber visto, aunque quizá fuera solo en sueños, desfilan ante nosotros portando un significado que la perspectiva de los años transforma para amoldarlo a nuestras expectativas previas o para que podamos conformarnos con lo que queda una vez la existencia se nos revela tal cual es: imposible de manipular e impredecible. Lo que esperábamos puede haberse cumplido o no, mas el recuerdo, como pajarito juguetón, en ocasiones se burla de nosotros y nos lleva a pensar que lo que en verdad experimentamos fue de otra manera, más suave, menos dolorosa; más acorde al deseo profundo de felicidad que todos poseemos. Nos amoldamos así a una realidad impostada que nos permite seguir adelante en el sinuoso devenir de un tiempo que se nos escapa entre los dedos. 

Photo credit: rikulu via Foter.com / CC BY-NC-ND

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Bajo las aguas

Quizá sería mejor soltarse de las rocas, dejar de rasgarse las manos intentando aferrarse a ellas mientras con irresistibles sonrisas te invitan a destrozarte el alma contra sus fauces. Abandonar la lucha, aprender a decirle adiós a la inestable tierra firme, al sólido deseo del pasado.
Quizá sea preferible desaparecer bajo las aguas, lejos del alcance de la memoria, desoír los cantos de sirena que te incitan a desgarrar tu vulnerable ser contra lo imposible. Resbalar por las escarpadas paredes del olvido con ojos cerrados y corazón abierto,vacío… Hasta que ya no recuerdes qué era respirar.
Quizá deberías dejarte llevar por la marea, permitir que el mar te arrastre hasta su lecho de coral y te mime con líquidas caricias. Sentir los torbellinos de tiempo envolviéndote mientras te diluyes en fluidos amnióticos y besas labios fantasmales. Dejar, por fin, que ocurra lo que tenga que ocurrir, que el destino se salga con la suya. Solo así renacerás, surgirás de nuevo como esencia de un abismo que te abarca y se nutre de ti. Serás mar y serás cielo. Tomarás de la muerte lo necesario para proseguir tu tránsito hacia un mundo azul que se asemeja mucho a tus sueños. A aquellos en los que podías volar.
Y quizá, solo quizá, volarás. 

Photo credit: Balthus Van Tassel via Foter.com / CC BY-NC-SA

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Ventana

El espacio que abarca mi ventana es mucho mayor de lo que esta me permite ver… Y oír. Se diría que, en su deambular diario, infinidad de seres se decidieran a asomarse a ella durante un tiempo limitado, aunque en realidad nunca lo hagan. Desfilan ante mí fragmentos de sus cuerpos, de sus medios de transporte, de sus voces, portadoras de historias, de los instantes detenidos de vida que exponen ante esta extraña sin que ni ellos ni yo lo hayamos decidido. Queda para mí la tarea de rellenar los huecos de ese puzzle de existencias que en su breve tránsito se cruzan con la mía sin siquiera rozarla. Pasan frente a mis cristales como visitas inesperadas y se marchan con la misma celeridad, sin saber que he participado de su mundo por unos segundos o incluso más si llegan a detenerse. Entonces me convierto en involuntaria espectadora de retazos vitales que dejan caer ante el recuadro de luz, que se transforma en improvisado escenario. Saludos, reproches, piropos, gritos de socorro, suspiros, miradas vacías, la impaciencia de los dedos sobre un claxon… Todos pasean ante mí, se deslizan por mis oídos para depositar en ellos recuerdos que no me pertenecen, pues forman parte de un guión escrito para alguien que no soy yo. Y tras esos instantes compartidos conmigo prosiguen su marcha por el gran teatro que palpita fuera de mi ventana.

Photo credit: jessicafm via Foter.com / CC BY

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Palabras

A veces las palabras se atragantan en las manos, que torpemente intentan ponerlas por escrito, como si así pudieran sustituir la voz que hace ya tiempo perdiste. Ni dedos ni labios saben expresar lo que trepa por tu pecho en su recorrido desde el alma, tras enredársete en las entrañas, deslizarse por cada pliegue de tu cerebro y tropezar por fin en tu lengua. No son gemido, ni suspiro, ni siquiera silencio, sino una necesidad brutal de convertirse en grito, en desmemoria, en nostalgia, en anhelo de alcanzar ese cielo estrellado que contemplas enmudecido. Abres la boca, inhalas y lo único que sale es un hilillo de signos encaramados en humo, transmutados en la pura sustancia de los sueños. Se elevan, se disipan con cada manotazo de la brisa, pero vuelven a recomponerse para formar en lo alto un mapa de tu vida. De la vida que te pertenece y a la que regresarás cuando te liberes de las cadenas y aprendas a hablar de nuevo. 

Photo credit: Chapendra via Foter.com / CC BY-NC

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Ausencia

Saber decir adiós es todo un arte. Cuando lloras por alguien que se ha marchado tus lágrimas se derraman por esa persona, pero también por ti, que te quedas atrás, enredado en las zarzas de la nostalgia, anclado en la tierra baldía de la soledad. Eres tú quien ha de seguir transitando el camino que compartiste con aquellos a quienes intentas alcanzar. Tus pasos ya no dejan huellas ni hacen ruido, sino que se unen al silencio de las palabras que nunca más os diréis.
Alguien dijo que algunas ausencias son un triunfo; en realidad solo hay una ausencia y no reporta victoria alguna. Tras la partida del ser querido se revela la aterradora presencia del yo, desterrado de los afectos por voluntad de otros o de la misma muerte. Os quedáis solos tú y el presente. Y has de aceptarlo. Soltar. Inspirar un aire que te quema los pulmones. Seguir soltando. Expirar. Y continuar respirando hasta que hacerlo deje de doler.
Saber decir adiós debe de ser un arte, una lección casi imposible de aprender que requiere poseer la maestría del tiempo y la voluntad de no olvidar. 

Photo credit: Just Used Pixels via Foter.com / CC BY-NC-ND

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Bosque

Empiezo a sentirme como un árbol cuyas ramas huyen en busca del cielo y con raíces que ya no le impiden escapar a otras realidades: indecisa entre quedarme y marcharme, sin el contrapeso de la carne y con las alas prestadas de la memoria. Mis hojas caen arrastradas por el viento y la savia que discurre por mis venas va cargada del aroma de recuerdos, de sabor a besos y sonidos de risas nunca olvidadas. Siento que el cordón que me unía a la vida se deshace bajo mi tronco, me deja cada vez un poco más libre, un poco más sola. Más yo.
El bosque, antes poblado de seres afines, se perfila desolado contra el cielo del atardecer, pese a que sus sombras han quedado grabadas eternamente sobre el tapiz alfombrado de vegetación seca que me rodea. Este mundo verde, infantil y anciano comienza a desaparecer, a encaminarse de vuelta al palpitante seno de la tierra mientras yo deambulo por una senda desconocida hacia un eco que me llama oculto tras el velo de la noche. 

Photo credit: Philippe Gillotte via Foter.com / CC BY-NC

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Recuerdo

¿Cómo será convertirse en recuerdo, cuando la carne ya no sustente la imagen y la sangre no fluya sino en la memoria? ¿Ser no más que una idea, un dolor en el corazón de alguien cuyos ojos no volverán a recorrer tu rostro? Sus manos, huérfanas de tu cuerpo, se aventurarán sin encontrarte en el espacio que ocupabas. Tú ya no estarás ahí para devolver el abrazo, ni tus ojos alojarán la complicidad que aquel buscaba al mirarte. Sus besos se perderán en las insospechadas grietas del presente, incapaces de alcanzarte; te convertirás en pasado y te disolverás en las nieblas fantasmales del tiempo. Serás una foto en una repisa, nada más… unas palabras cuyo eco morará en los oídos de quienes te añoren.
Pero quizá aún sea posible evitarlo.
Respira el hoy, paladea los besos que puedas robar y graba tu huella en cuantos corazones se crucen de veras en tu camino. Sé inolvidable. Ahora, no mañana, en este instante en el que la vida sucede.

Photo credit: dkalo via Foter.com / CC BY-SA

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Ha merecido la pena

A quienes se han marchado y no volveré a ver, hasta siempre. Os quise, os quiero y os querré. A quienes seguís ahí y compartís mi camino en el transcurso de este inesperado presente, gracias. Seguiré adelante sin perder el horizonte, con las maletas plenas de recuerdos y el corazón rebosante de nostalgia, esperanza y sueños. A todos os llevo conmigo, enredados en el pensamiento y en la palabra. Me teñís el color de la mirada con presencia y ausencia, me adornáis la espera con vuestro aliento y nutrís mi memoria con momentos inolvidables. Soy quien soy porque os encontré en este mundo de locos. Nos encontramos. Y ha merecido la pena.

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Respirar

Se nos pasa la vida entre ausencias y prisas. Qué existencia tan extraña, que para entender lo que ocurre afuera hay que pararse y mirar adentro, con cuidado, casi con lupa. Y respirar. Desprenderse del pasado e ignorar el futuro… Y volver a respirar. E internarse por los recovecos del abismo que llevamos en nuestro interior sin saberlo.

Photo credit: ClaraDon via Foter.com / CC BY-NC-ND

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Sombras

Las sombras de quienes vivieron en la casa se proyectan todavía frescas sobre suelos y paredes. No es algo físico ni material; son huellas impalpables, la impronta del pasado, los sentimientos que una vez evocaron en otros.
En nosotros.
Al marcharse dejaron allí su olor y el eco de su voz. Pero también el rastro de sus ilusiones, de sus proyectos, de sus manías. De los planes de un futuro que aún tenían por delante. Atrás quedaron caprichosas marcas de martillazos en los muros, papeles pintados que han perdido su color, notas manuscritas casi imposibles de descifrar, centenares de instantáneas en blanco y negro… Sus pequeños tesoros, los recuerdos de todos a los que nos dedicaron un tiempo que ahora se nos antoja precioso. Y los guardaron porque no querían olvidar ni un solo momento de los que compartimos y esperaban que nosotros tampoco lo hiciéramos.
La casa se ha transformado en su símbolo, en su imagen, como una foto velada, imposible. Como una ensoñación que solo puedo ver con los ojos de la mente ahora que la puerta se ha cerrado para siempre. Tras ella han quedado impresas las imágenes de toda una vida, grabadas en un lienzo de memoria que pervivirá a pesar de nuestra ausencia.

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Mosaico

A veces una sola imagen, una simple palabra o una nota musical tienen el poder de quebrarte. Estabas entero un segundo antes y, de pronto, se abre una puerta que habías cerrado. Y el pasado entra llevándoselo todo por delante, obliterando cerrojos, propósitos y excusas. Es asombrosa la facilidad con la que el corazón humano cambia. Para bien y para mal. Sigue adelante aunque tú no tengas fuerzas para hacerlo. Posee una existencia independiente de la tuya. Palpita y hace que el mundo siga girando. Te recompone en un mosaico de piezas rotas. Quebrado, pero vivo.

Photo credit: garamt via Foter.com / CC BY-NC-SA

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