La magia sucede así. Imaginemos que alguien decide enviarte una fotografía tomada hace muchos años en la que descubres, entre los rostros de varios extraños, uno que se te aloja directamente en el corazón. Comienza entonces el rápido proceso de reconocimiento, ralentizado por las emociones que la imagen suscita en ti. Un joven larguirucho se asoma entre un grupo de personas para intentar ver lo que uno de ellos hace. Se empina para poder observar el número de magia con la ilusión de estar asistiendo a un espectáculo increíble o con la intención de descubrir dónde se oculta el truco. El blanco y negro de la fotografía, su estética de otros tiempos, de un pasado en el que tú no existías, te muestra una cara de esa persona que no conocías; carente de la huella de preocupaciones, inundada de curiosidad, con la sonrisa de quien se deja seducir por la vida, sin juzgarla, sin lamentarla. Con todo el futuro por delante.
Ese hombre, que tendría unos veintitantos años, era mi padre y alguien captó su figura en un congreso de magia que tuvo lugar en Segovia hace tanto tiempo que yo ni siquiera era un proyecto para él. Sin embargo, la casualidad ha arrastrado hasta mí, como una brisa amable, los ecos del pasado que vivió antes de conocerme, antes de que mis hermanos y yo irrumpiéramos en su mundo guiados por él y por mi madre.
Ya que estamos en el reino de lo hipotético, imagino qué sucedería si, de repente, ese joven alzara la mirada y me contemplara, a mí, a su futura hija. Si sonriera y, quizá, hasta me guiñase un ojo. La sensación es tan intensa que casi soy capaz de verlo y la sola idea de que tal hecho pudiera llegar a suceder convierte esta instantánea en una de mis favoritas. Y entonces comprendo que la magia sí existe, al menos la del corazón; y también la que permite que, a partir de una simple imagen, sea posible elucubrar varias realidades alternativas en las que la existencia de ese hombre podría haberse desarrollado. Como en una ucronía personal y familiar que, tal vez, me excluiría de las siguientes instantáneas de ese joven tomadas a lo largo de los años.
Aquí acaba la elucubración. Elijo la realidad, su pasado conocido, el que lo condujo hasta ese lugar futuro del que yo formé parte y que, durante un tiempo, compartimos.
Mi agradecimiento a mi hermano Alberto García Herráez y a Rafa Cantalejo por hacernos llegar esta fotografía.
