A veces tiene uno la sensación de que le cae el tiempo encima. No el atmosférico; el del cuerpo. El del alma.
Te aturde el paso de las estaciones mientras ves la vida discurrir. Y entonces recuerdas más e intentas ralentizar el disfrute de las horas, percibiendo hasta el más mínimo cambio en el movimiento de las hojas de los árboles. Como los druidas, crees escuchar la voz de los dioses en el viento que las agita y te deleitas en el tamborileo de la lluvia sobre la palma de tu mano. Detienes la mirada en el transcurso de una ola o en la infinitud de un mapa de nubes sobre tu cielo. Y pese a sentir que el tiempo ya no es eterno, sonríes con el rostro expuesto a la brisa amable del futuro que te resta por vivir.
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