No me considero una viajera empedernida, pero lo cierto es que cada año intento escapar de la rutina y los espacios cómodos y familiares que suelo transitar. Quien me conoce sabe que con frecuencia necesito marcharme, ya sea a un país que hace tiempo conquistó mi corazón, Irlanda, o a otra zona del mundo que está empezando a interesarme sobremanera, pues parte de mi nueva novela sucede por aquellos lares: Escandinavia. Sin embargo, no hace falta irse tan lejos para tener la sensación renovadora de cambiar espacios, de explorar otros mundos. Como escritora conozco de sobra la maravilla de viajes que la imaginación puede ofrecernos y, de paso, lo gratificante que resulta ver esta espoleada por medio de obras artísticas, ya sea literarias, cinematográficas, visuales o musicales. Las oportunidades de alejarse del mundo cotidiano son infinitas, pero yo, una vez más, voy a centrarme en los desplazamientos (ya sean reales o metafóricos) que algún personaje emprende en los mundos literarios… solo en algunos, que los hay a centenares. Así pues, vamos allá con el tema de este artículo: el viaje en la ficción.
El viaje como aventura
Miguel de Cervantes escribió su novela, El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, un clásico entre los clásicos y una de las obras más influyentes de la literatura universal, allá por 1605. Al margen de interpretaciones eruditas de la misma, para mí significó un descubrimiento vital que marcaría mis derroteros para siempre, pues fue el primer libro que recuerdo haber leído. Evidentemente, a la edad en la que lo hice yo no era capaz de apreciar como se merecía la calidad literaria de lo que tenía entre las manos, pero la función que había de cumplir en mi vida la cumplió con creces: multiplicar por mil mis vivencias, expandir los límites de lo cotidiano y sumergirme en un mundo que hasta entonces solo había podido intuir en mis sueños. La combinación del folklore, de la esencia de nuestra cultura, junto con el componente fantástico sembró en mi mente un germen que ha dejado huella en mis propios escritos. El viaje que, fruto de la locura y el idealismo, emprende el hidalgo con Sancho Panza es en sí uno de los arquetipos que más ha influido en la literatura de su tiempo y de la modernidad. Esa ruta en la que el lector lo acompaña durante las mil aventuras que viven los dos personajes es el camino que millones de lectores y creadores hemos transitado y lo seguiremos haciendo, creo, hasta el final de los tiempos. Porque en la obra no se nos habla de un mero desplazamiento físico en el que se embarcan los protagonistas, sino de todo un ejercicio de transformación y aprendizaje. Y en él nos vamos despojando, como si fueran ropajes inútiles y pesados, de las viejas creencias, de la ignorancia de nuestro yo pasado y de un sinfín de prejuicios, nacidos del desconocimiento y la falta de experiencia.

El viaje como búsqueda o misión
La aventura está presente en muchas de las obras cuya lectura dio forma a nuestro paraíso de juventud y cobijo a nuestro yo más joven. En ellas hallábamos consuelo para todas las zozobras emocionales y un lugar al que poder huir de la vida real.
El segundo libro que leí fue La Historia Interminable y sé que esta fue la vía de escape de toda una generación de lectores, muchos de los cuales nos hemos convertido en escritores después. El viaje en el que acompañamos a Atreyu para salvar Fantasia será inolvidable por mucha literatura o cine que consumamos, por muchos personajes o melodías que se crucen en nuestro camino. En esta novela Michael Ende nos descubre un viaje épico de búsqueda por la senda de la imaginación y a lo largo del mismo vamos acompañados de personajes que son un eco de muchos otros, como Frodo o Sam en El Señor de los Anillos, como los mismos Quijote y Sancho o incluso como Harry Potter, Hermione y Ron cuando buscan incansables las reliquias de la muerte. Todos ellos, al igual que otros antes y después, son personajes que han de abandonar la comodidad del presente, decir adiós a rostros amados y dejar atrás paisajes conocidos para embarcarse en un viaje que les permita cambiar el mundo y hallar el remedio para los males que lo azotan. Aquí tenéis un pequeño clip de la versión cinematográfica que se hizo de La Historia Interminable con ese mágico momento en el que una librería se convierte en el refugio del protagonista, Bastian.
El viaje como descubrimiento
Esta interpretación se centraría menos en el componente del desplazamiento físico, aunque sí tenga lugar, y más en el propósito de averiguar aquello que nos está vetado, ya sea por otros o por nosotros mismos. Por ejemplo, en mi novela, El Sendero de la Palabra, Connell se traslada desde España hasta Irlanda en todo un trayecto de auto-descubrimiento. El protagonista intenta desvelar los misterios de su propia existencia y el más importante es, a priori, aterrador: no sabe bien quién es él mismo o no entiende por qué siente un vacío en su interior que necesita llenar. Parece ser un viaje a ciegas, con pocos datos para ayudarle a encontrar lo que persigue, pues el problema principal radica en cómo hallar lo que ignora que busca. Lo importante es que en ese viaje se producirán revelaciones que le permitirán comprender su papel en la vida, su misión, dejando atrás con cada paso su antiguo yo, lleno de dudas y miedos, acosado por el dolor y la pérdida. Las respuestas que busca afuera se encuentran dentro de sí mismo, pero ese viaje, real y metafórico, le transporta a su verdadera naturaleza.
Creo que más allá del componente fantástico de mi obra, resulta fácil para el lector identificarse con esa búsqueda que muchos (todos, quizá) emprendemos en algún momento de nuestra existencia, porque al fin y al cabo es lo que nos proporciona el conocimiento necesario para comprender la esencia de la vida misma. Una vez más, aquí tenemos los universales del mundo de la literatura, un espejo en el que reconocernos a través de otros.
Existen muchas obras en las que los personajes emprenden un camino que les lleva de una forma u otra hacia la verdad, hacia el aprendizaje. Es el caso de algunas de las novelas del escritor E.M. Forster quien, por ejemplo en Una Habitación con Vistas (1908) y Donde los Ángeles no se Aventuran (1905), nos muestra el recurso del viaje como forma de obtener conocimientos útiles en la vida. Por si os apetece echarle un vistazo, aquí tenéis el trailer en inglés de la película que el maravilloso James Ivory hizo de Una Habitación con Vistas (A Room with a View).
Estas novelas de Forster tienen como uno de los temas principales la tradición de enviar a los hijos e hijas de familias británicas de clase alta a otros países europeos (en especial Italia) en una ruta de aprendizaje de materias como el arte y las costumbres de una cultura diferente, alejada de la constrictiva sociedad británica de principios del siglo XX. El intento de control por parte de esta, representado normalmente en algún familiar o guardián de los jóvenes viajeros, suele fracasar. Como resultado, los aprendices a su cuidado acaban obteniendo lecciones duras y enriquecedoras de las que se habrían visto privados de no haberse embarcado en ese rito de paso que el autor ideó como forma de crítica social. Y Forster lleva a cabo su objetivo transportando a los miembros de esa sociedad no solo a algún país europeo, sino incluso más lejos, como se puede comprobar en la maravillosa novela Pasaje a la India (1924). Fue una de mis lecturas de juventud y la recomiendo de corazón. Por si os interesa, aquí os dejo una escena de la versión cinematográfica que David Lean hizo en 1984.
El viaje como descubrimiento, pero también como símbolo de vida (un trayecto que se inicia al nacer y concluye con la muerte) aparece en una de las obras clave de la literatura americana: On the Road (1957), de Jack Kerouac. En ella se nos describen los viajes a lo largo de Estados Unidos que realiza Sal Paradise (alter ego del mismo Kerouac), casi siempre junto a Dean Moriarty (un Sancho bastante menos aconsejable como compañía que el de la obra de Cervantes), como toda una experiencia vital, aunque a ratos pueda resultar demoledora. El texto, que destila belleza y lirismo, se ha convertido en todo un símbolo de la Generación Beat con su trasfondo de aventura, jazz, alcohol y drogas.
El viaje como símbolo de pérdida y restablecimiento del orden
La Tempestad (1611) fue la última obra que escribió William Shakespeare. En ella los protagonistas principales, Próspero, antiguo duque de Milán, y su hija Miranda, se ven inmersos contra su voluntad en un viaje que en esta obra cumple dos funciones simbólicas. Por un lado representa la pérdida, puesto que estos dos personajes se ven despojados de todo al ser abandonados en alta mar por el hermano usurpador del título de Próspero; y por otro, el restablecimiento del orden del mundo, cuando aquellos que traicionaron al duque, en virtud de los poderes mágicos de este, son transportados hasta la misma isla en la que él y su hija habitan y se hallan, así, a su merced. En esta obra destacaría uno de los más maravillosos rasgos de algunas composiciones de Shakespeare: el hecho de que el autor revista el viaje de la pátina frágil y mágica del sueño: los seres que llegan a la isla no siempre tendrán claro si se encuentran sumergidos en una ensoñación o si lo que viven es real.

El viaje con naufragio incluido es un recurso que el bardo inglés utilizó en más de una ocasión, como por ejemplo en Noche de Reyes (Twelfth Night), donde el desplazamiento conlleva separación y dolor y solo al final del mismo, a través del conocimiento y las revelaciones, se llega a una conclusión satisfactoria de la aventura. Una vez más el caos desaparece al restablecerse el orden.
Conclusión
Para terminar me gustaría incluir en esta selección de obras que tratan el tema del viaje el maravilloso poema Ítaca, de Constantino Kavafis (1863-1933), con claras referencias a La Odisea de Homero y al largo retorno de Ulises de la guerra de Troya. De dicha composición, aparte de la belleza de sus palabras, destacaría una idea: lo importante es el viaje en sí, ese recorrido que nos lleva a un destino y no la llegada a este. Así pues, si hemos de embarcarnos en una búsqueda, aventura, ruta… hagámoslo de tal forma que nos reporte aprendizaje y nos conduzca hacia la transformación en aquello que deseemos llegar a ser.
Si vas a emprender el viaje hacia Ítaca,
pide que tu camino sea largo,
rico en experiencias, en conocimiento.
A Lestrigones y a Cíclopes,
o al airado Poseidón nunca temas,
no hallarás tales seres en tu ruta
si alto es tu pensamiento y limpia
la emoción de tu espíritu y tu cuerpo.
A Lestrigones y a Cíclopes,
ni al fiero Poseidón hallarás nunca,
si no los llevas dentro de tu alma,
si no es tu alma quien ante ti los pone.
Pide que tu camino sea largo.
Que numerosas sean las mañanas de verano
en que con placer, felizmente
arribes a bahías nunca vistas;
detente en los emporios de Fenicia
y adquiere hermosas mercancías,
madreperla y coral, y ámbar y ébano,
perfumes deliciosos y diversos,
cuanto puedas invierte en voluptuosos y delicados perfumes;
visita muchas ciudades de Egipto
y con avidez aprende de sus sabios.
Ten siempre a Ítaca en la memoria.
Llegar allí es tu meta.
Mas no apresures el viaje.
Mejor que se extienda largos años;
y en tu vejez arribes a la isla
con cuanto hayas ganado en el camino,
sin esperar que Ítaca te enriquezca.
Ítaca te regaló un hermoso viaje.
Sin ella el camino no hubieras emprendido.
Mas ninguna otra cosa puede darte.
Aunque pobre la encuentres, no te engañará Ítaca.
Rico en saber y en vida, como has vuelto,
comprendes ya qué significan las Ítacas.
(Traducción de José María Álvarez)
Por si tenéis curiosidad de escucharlo recitado en inglés por Sean Connery, con subtítulos en inglés y en el griego original, aquí os lo dejo.
Como veis, estos no son sino unos pocos ejemplos en los que aparece el viaje en la ficción y todos ellos comparten rasgos que se repiten y que permitirían clasificarlos en más de uno de los apartados que menciono en este artículo. Lo que queda claro es que en determinados momentos de nuestra vida casi todos nosotros, o los personajes ideados en la mente de algún creador, nos vemos obligados o sentimos la inclinación a cambiar de paisajes e iniciar una búsqueda que nos lleva a otros mundos, otras vidas. Y no hay mejor forma de disfrutar de esa ruta que viviéndola con intensidad… y, si es posible, con un buen libro como compañía. Feliz viaje.