El sueño de la razón produce monstruos. Tal era el título de uno de los grabados que Francisco de Goya produjo, dentro de toda una serie, a finales del siglo XVIII. El pintor nos hablaba así del poder del subconsciente para recrear nuestros mayores terrores mientras dormimos, una vez la mente queda libre del lazo de la conciencia. Pero también podría estar refiriéndose a todo lo monstruoso que caracteriza a nuestra sociedad (supersticiones, ignorancia, crímenes, etc.) y que solo al ser enmarcado dentro de un mundo onírico es aceptable como crítica, sin que la expresión de dichas ideas pudiera resultar peligrosa para su artífice en determinadas épocas. Goya no fue el único en utilizar esta imagen. Como veremos, el concepto del sueño ha tenido varias interpretaciones en otras modalidades artísticas como la literatura o la música. En este artículo quiero mencionar algunos ejemplos de creaciones en las que el sueño como recurso narrativo se ha utilizado para lograr efectos muy diversos. Habrá centenares de ejemplos más, seguro, pero supongo que este es solo un punto de partida para abordar el tema.

Entre los variados efectos del sueño se encuentran, por ejemplo, la facultad que nos permite recordar cosas que creíamos olvidadas; la posibilidad de darnos cuenta de cuáles son nuestros verdaderos sentimientos; la función de revelarnos nuestros más oscuros temores, sobre todo debido a que al dormir nos sumergimos en la oscuridad y la oscuridad da miedo; también puede tratarse de una mera terapia para descansar… o no, dependiendo de lo que se «proyecte» esa noche en la pantalla de nuestra mente. En este sentido, cabría la interpretación del sueño como sala de cine, como espacio en el que vivir aventuras de toda índole; de realizar maravillosos vuelos, tan reales como la vida misma. Por cierto, ¿alguna vez habéis soñado que sois capaces de volar? La fantasía se queda corta para describir la sensación de autenticidad de tales inmersiones oníricas. Como digo, los sueños pueden resultar tan vívidos que lleguen a crear verdadera desazón, alegría o terror (¿qué me decís de las pesadillas protagonizadas en el cine por Freddy Kruger?). Tal vez por eso no siempre recordamos lo que soñamos, como mecanismo de auto-protección, puesto que también existe la posibilidad de soñar que mueres… ¿Seremos en verdad capaces de experimentarlo en ese estado de inconsciencia en el que nos adentramos cada noche? Imposible saberlo con certeza, pues cuando en verdad durmamos «el sueño eterno» no podremos contarle a nadie si aquello es tal como lo habíamos vivido en una pesadilla, ya que habremos traspasado el temible umbral… como decía Hamlet, “el ignoto país desde cuyas fronteras, una vez atravesadas, no regresa ningún viajero”.
Veamos algunos ejemplos de la utilización de este recurso narrativo y sus posibles interpretaciones:
Sueño como representación de la vida
La idea de la vida como una obra de teatro ha aparecido en la literatura desde hace siglos. En tal interpretación, el mundo sería el gran escenario sobre el que se desarrolla la ficción de nuestra existencia. Lo encontramos, por ejemplo, en la inolvidable obra La vida es sueño, de Calderón de la Barca. En ella el mencionado recurso sirve para crear la ilusión de una vida que no es tal, ya que al pobre Edmundo le hacen creer que su existencia, la que de verdad le pertenecería de no ser por una profecía que ha marcado su destino, no es más que eso, un sueño, con el fin de proteger a su pueblo de las posibles fechorías que cometería de cumplirse tal predicción.

En esta acepción, la de sueño como excusa para decir que algo no es cierto, que todo lo visto es una ficción, podríamos incluir también la obra de Shakespeare, El Sueño de una Noche de Verano. Al final de la misma, uno de los personajes, el duendecillo Puck, se dirige a la audiencia (a la que lo está escuchando en ese juego metaliterario de la obra dentro de la obra y al público de todas las generaciones que han asistido a su representación) diciéndoles lo siguiente en el último acto:
“Si nosotras, las sombras, os hemos ofendido, pensad esto y todo se arreglará: que os habéis quedado dormidos aquí, mientras estas visiones se os aparecían. Y esta pusilánime e inútil obra, nada de importancia es, sino un sueño”.

Sueño como viaje sin retorno
Si hay un lugar del que no se regresa (que sepamos, al menos) ese es el más allá. Y esta idea puede enlazarse con la visión de un ser durmiente como imagen de la muerte, debido a la similitud de quien tan solo reposa con alguien que se ha adentrado ya en el terreno de la oscuridad eterna. Ejemplos los encontramos en autores como William Shakespeare, a quien ya he nombrado un poco más arriba. He aquí otro momento de Hamlet:
“(…) Morir, dormir;
Dormir, acaso soñar: ay, ese es el problema,
pues en tal sueño de la muerte los sueños que acontecer puedan,
una vez nos desprendemos de esta envoltura carnal,
por fuerza nos hacen dudar (…)”

La misma idea de la muerte como sueño aparece en autores como John Donne, uno de los poetas metafísicos ingleses del siglo XVII, que en su Soneto Sacro X dice lo siguiente:
Muerte, no seas orgullosa aunque algunos te hayan llamado
poderosa y temible, ya que no lo eres tanto,
pues aquellos a quienes crees que derrocas
no mueren, pobre muerte, ni siquiera a mí puedes matarme.
Del descanso y el sueño, meras imágenes tuyas,
brota el placer, mucho más que de ti,
y demasiado pronto marchan contigo los mejores,
descanso de sus huesos, liberación de sus almas.
(…) Transcurrido un breve sueño despertaremos a la eternidad
y la muerte ya no existirá; Muerte, tú morirás.
Sueño como vehículo hacia el inconsciente
Es el transporte infalible hacia todo lo que está oculto bajo la capa de realidad cotidiana que vivimos y que, aparentemente, hemos olvidado… O acaso no lo hayamos vivido nunca. Por ejemplo, en mi novela, El Sendero de la Palabra, ciertos personajes tienen revelaciones sobre hechos de su vida que no recuerdan o que, por muy reales que parezcan, les hacen dudar de si se trata de verdaderas vivencias o no son otra cosa que sueños:
“Ni siquiera el agotamiento propio del catarro ni el efecto del antibiótico consiguieron hacerle dormir hasta bastante entrada la noche. Y se sumió en unas ensoñaciones febriles que lo transportaron hasta un escenario que recordaba de otros sueños. En esta ocasión, la versión onírica de Connell se encontraba en un cementerio”.
O en otro momento de la misma:
“(…) sabes tan bien como yo que estos sueños no son solo eso. Son vestigios…, recuerdos de lo que ocurrió y señales que indican lo que ha de suceder. Es parte de mi herencia. De la maldita herencia que a esta familia le ha tocado arrastrar y que ya le ha costado la vida a uno de sus miembros”.
Sueño como fuente de inspiración para el acto de creación
Son tantas las horas durante las que dormimos a lo largo de nuestra vida que sirven de fuente inagotable de material para crear ficciones más o menos verosímiles. Así fue, al parecer, cómo se gestó una de las obras cumbres de la literatura universal, Frankenstein, de Mary Shelley.

En el prólogo a la edición de 1831 la autora explicaba cómo germinó su creación más famosa tras escuchar una charla entre Lord Byron y su marido, Percy B. Shelley, sobre galvanismo y la posibilidad de reanimar cuerpos muertos:
“(…) Cuando puse la cabeza sobre la almohada no me dormí, ni podría tampoco decirse que estuviera pensando. Mi imaginación, de manera espontánea, me poseyó y me guió, regalándome las imágenes sucesivas que surgieron en mi mente con una intensidad que excedía con creces los límites propios de cualquier ensoñación. Vi -con los ojos cerrados, pero con una visión mental muy precisa-, al pálido estudiante de artes profanas arrodillado junto a la cosa que había articulado. Contemplé el espantoso espectro de un hombre tumbado y, después, al ponerse en funcionamiento algún tipo de motor, aquel mostró señales de vida e hizo movimientos a medio camino entre la inquietud y la vitalidad. Por fuerza había de ser aterrador, pues sumamente aterrador sería el efecto de cualquier empeño humano en imitar el formidable mecanismo del Creador del mundo. Su éxito aterrorizaría al artista; se apartaría a toda prisa de su odiosa obra, horrorizado (…)
(…) Abrí los ojos aterrorizada. La idea poseyó mi mente de tal forma que un escalofrío de miedo me atravesó y deseé dejar atrás la abominable figura creada por mi imaginación y regresar a la realidad que me rodeaba (…)
Como vemos, mientras soñamos podría suceder el hecho maravilloso de que engendráramos una idea. Sería esta una metáfora perfecta de la creación de la vida y la criatura que naciera durante tales ensoñaciones podría resultar ser una obra hermosa o un monstruo. O ambas, como en el caso de la obra de Mary Shelley.
Sueño como producto de la ingesta de sustancias: estados oníricos o alucinaciones
El autor francés Stéphane Mallarmé fue uno de los escritores a quienes se suele incluir en el grupo de poetas malditos, junto con otros como Baudelaire, Rimbaud y Verlaine. Se dice que estos autores simbolistas franceses, debido a su concepto trágico de la existencia y a una ligera tendencia hacia la autodestrucción, en ocasiones elaboraban sus creaciones bajo los efectos de ciertas sustancias. El sentirse incomprendido y llevar una vida un tanto bohemia eran características comunes a aquellos poetas, que dotaban a sus composiciones de un aire gótico y evocador que algunos interpretaron como producto de la influencia de las obras de Edgar Allan Poe. Lo que me interesa de Mallarmé en este artículo es su poema “La siesta de un Fauno”, en el que describió un mundo de ensueño, una historia de amor protagonizada por un fauno y una ninfa. Y más que esta obra en sí, de difícil comprensión para mí al menos, me interesa más una composición que, al parecer, inspiró: el Preludio a la Siesta de un Fauno (1894), excelente fantasía onirica del compositor Claude Debussy.
Se dice que esta obra es el impresionismo hecho música y, ciertamente, al escuchar tal maravilla se evoca todo un mundo de ensueño, poblado por seres fantásticos al gusto de cada uno, con la libertad que la música nos ofrece para construir a través de ella nuestro propio refugio; para trazar con el pincel de la imaginación los mundos y seres que llevemos dentro y creemos aquellos no existentes aún. El mundo descrito provoca emociones reminiscentes de El Sueño de una Noche de Verano y, como aquella obra, nos transporta a un universo en el que impera la magia y todo parece posible.
Sueño como explicación de un hecho mágico
El tema del sueño nos sirve como una explicación perfecta para hechos aparentemente inverosímiles. En El Sueño de una Noche de Verano, una vez más, nos encontramos este recurso, por ejemplo, cuando uno de los personajes, Bottom, dice:
«He tenido un sueño tal, que excede el ingenio humano el poder decir qué era. Un hombre que revele este sueño no será sino un asno«.
El personaje intenta comprender qué es lo que le ha ocurrido en realidad, explicarse a sí mismo y a los demás (con cierto pudor) si hechos tan extraordinarios como los que ha vivido durante la noche son posibles o tan solo se deben a una ensoñación. El pobre sastre se ha visto envuelto en la magia de las palabras de esa suerte de demiurgo que era Shakespeare y está perplejo ante aquello que no puede explicar sin que se le tilde de loco. Y no es de extrañar, pues durante las horas en las que se desarrolla la acción se convierte en protagonista de hechos prodigiosos que suceden en el entorno fantástico del bosque, entre hadas y seres fabulosos, y hasta el mismo paso del tiempo parece desarrollarse a un ritmo anormal, mágico.
Sueño como camino hacia la transformación
Las horas que destinamos al sueño pueden resultar reparadoras o ser una fuente inagotable de agotadoras pesadillas. Cómo despertemos depende de la combinacion de imágenes y sonidos que ese mágico cinematógrafo que se aloja en algún lugar de nuestra psique nos tenga reservados para la noche. Pero al margen de ser un tiempo reservado para el descanso, el sueño podría convertirse en un punto de inflexión, un espacio en el que nos transformemos. Esta idea, llevada al extremo y tomada de forma literal, es la que encontramos en la maravillosa obra de Virginia Woolf, Orlando.
Se trata de una apasionante historia que se desarrolla a lo largo de trescientos años, desde 1588 hasta 1928, y está protagonizada por un personaje que, pese a mantener su esencia a lo largo de un viaje metafórico (y también real) que emprende a lo largo de la obra, sufre una transformación de lo más peculiar y simbólica. El momento que determina esta interpretación sucede en un pasaje que describe cómo el joven noble Orlando, tras muchas peripecias en su devenir emocional, se va a dormir como el hombre que es. Sin embargo, cuando van a despertarlo parece sumido en un trance que le confiere casi la apariencia de un muerto (una vez mas el símil del sueño como muerte). De una forma que solo cabría calificar de milagrosa, al cabo de siete días despierta por fin… convertido en una mujer, lo que lejos de causarle gran sorpresa, se toma de manera muy natural. Así, se acostumbra a su nuevo cuerpo y su nueva identidad en un mundo que, como él, cambia a su alrededor. Toda una metáfora del viaje de descubrimiento personal, de la complejidad en la identidad de género y de la permanencia de una esencia universal con la que tod@s podemos identificarnos.
Aquí os dejo un clip de la fantástica película que Sally Potter hizo basándose en la obra de Woolf (que os recomiendo encarecidamente leer, pues es una maravilla y goza de plena actualidad, a pesar de haber sido publicada en 1928). El tráiler no tiene subtítulos, pero seguro que podréis encontrar este largometraje y disfrutarlo en la lengua que os vaya mejor.
Conclusión
Así pues, como hemos visto, en los sueños se producen revelaciones y es en ellos donde crecen y se alimentan nuestros miedos y se agrandan nuestros terrores. En definitiva, son el lugar en el que se revelan los más ocultos deseos y donde podemos vivir otras vidas… aunque solo sea por unos minutos. Y tras analizar algunas creaciones artísticas en las que se ha utilizado el sueño como recurso narrativo, hemos encontrado toda una diversidad de interpretaciones. A buen seguro, habrá muchas más. ¿Queréis compartir alguna más conmigo?