¿Os ha ocurrido alguna vez? Supongo que sí… escuchas una canción y se disparan los recuerdos. El cerebro va hacia atrás en un movimiento que abarca toda una vida, que toca de paso la de otros que coincidieron en un espacio y un tiempo con la tuya. Sin embargo, en otras ocasiones el movimiento es al contrario, hacia adelante, hacia el vacío de algo que aún no existe, que no ha sucedido. Es en esos instantes cuando se produce la creación, la elaboración de diversas formas de narrar el mundo tal y como cada uno de nosotros lo ve, lo siente. En mi caso, no puedo dejar de relacionar ciertas melodías con el nacimiento casi mágico de imágenes que después plasmaré sobre la página para liberarla de la tiranía del blanco. Por eso quiero hablaros en este artículo de música y narrativa, no solo en lo que respecta al mundo de la literatura, sino también en los relatos que nos llegan por otros medios, como por ejemplo el cine. Y también me gustaría mencionar la importancia de que algunas producciones artísticas vayan acompañadas de una buena banda sonora, una que entre en simbiosis con las imágenes (ojo, que a veces el silencio puede ser el mejor acompañamiento) y desate la emoción en el espectador, lector u observador.
MÚSICA Y LITERATURA
Cuando nos hallamos ante una obra literaria, ya sea como lectores o como escritores, puede suceder que ciertas escenas parezcan necesitar de una banda sonora o que, simplemente, evoquen una determinada canción porque alguna palabra nos ha tocado una fibra oculta, muy íntima, que no siempre coincide con la emoción desatada en otra persona. Las conexiones cerebrales y emocionales son un misterio maravilloso. En tales casos, se parte desde la creación artística y después se encuentra la música que la complementa a la perfección; en otras ocasiones sucede lo contrario: es la música la que engendra parte de esa obra.
Si lo aplicamos a una pieza literaria, por ejemplo a mi novela, El Sendero de la Palabra, hubo momentos, mientras escuchaba determinadas melodías, en los que aparecieron ante mis ojos (no los que miran el mundo externo, sino esos que observan alguna dimensión ubicada en nuestro interior) ciertas imágenes. Personajes a los que nunca había tenido el placer (o desagrado) de conocer cobraban vida de improviso en escenas que yo no había planeado. Doy por sentado que esto que a mí me sucede, pues es algo que se repite en cada obra que escribo, os pasa a muchos otros seáis escritores o no, ya sea mientras observáis a la gente, cuando estáis leyendo o al ver una película que os afecta de una manera especial… la creatividad surge con toda su fuerza y entonces el germen de una idea nace.
A menudo, sin que intervenga nuestra voluntad, se establece un vínculo entre una narración, a la que accedemos a través de la vista, y otro medio narrativo que normalmente percibiríamos por el oído. En una especie de alocada sinestesia, nuestros sentidos se intercambian y somos capaces de oír y hasta oler formas y actos sincronizados con una melodía imaginaria y ver palabras no dichas por seres incorpóreos. Pensemos en Rayuela, la obra de Julio Cortázar. Si la habéis leído seguro que a más de uno os ha ocurrido que, tras oír mencionar la importancia del jazz en dicha novela, es casi inevitable poner de fondo mentalmente una banda sonora acorde con la ficción que sucede en lugares como un lóbrego piso de París. Y, en el colmo de percepción sublimada por la mente, ávida de sensaciones, podríamos llegar a oler el aroma de los cruasanes que, a buen seguro, revolotea por esas calles parisinas. Se pone en marcha, pues, un circuito mágico que comienza en las letras del texto, penetra por nuestros ojos y discurre por el cerebro tocando de paso nuestras emociones en un acto que casi podríamos calificar como milagroso.
Aquí os dejo el enlace de la playlist que creé para acompañar la lectura de El Sendero de la Palabra, en la que destacaré siempre a Wim Mertens, cuya magia me ha inspirado en las tres novelas que he escrito (y seguro lo seguirá haciendo en las siguientes), y a Ludovico Einaudi.
Como ya he contado en más de una ocasión, estas son las canciones que me inspiraron, de hecho hay alguna que casi ha “dictado” la elaboración de una escena, como por ejemplo la canción “Bard Dance” de Enya. Con toda la humildad de una enamorada de la música que no posee apenas ningún conocimiento relativo a ella, intenté que coincidieran el desarrollo de la melodía y la entrada de los instrumentos con la acción que yo iba relatando. Durante el tiempo que dura dicha canción describí el momento en el que el rey y su bardo (o seanchai) llevan a cabo un peculiar baile que sirve para… lo siento, tendréis que leer la novela si queréis saber para qué sirve 😉
Por si no tenéis Spotify (es una aplicación gratuita), incluyo aquí las dos canciones que mejor representarían para mí el espectro emocional que discurre por la novela:
Wim Mertens: «Struggle for pleasure».
Ludovico Einaudi: «Divenire».
MÚSICA Y CINE
Mediante el uso de bandas sonoras, desde los mismos orígenes del séptimo arte, cuando un pianista acompañaba las imágenes mudas con las melodías seleccionadas, se ha intentado influir en la emoción del espectador creando la atmósfera musical más adecuada a la ficción que se muestra en la pantalla. Pensemos en las películas de Chaplin, por ejemplo, este extracto de «Tiempos Modernos«.
Hoy en día la abundancia y riqueza de composiciones musicales creadas para acompañar la acción narrada en las películas permite que cada espectador bucee en sus propias emociones y despierten sentimientos que no siempre coinciden en cada uno de ellos. La variedad del alma humana no puede homogeneizarse como si de una materia zafia y manipulable se tratase. La música libera las emociones que uno ya lleva dentro. Por eso cada cual interpretará una pieza de acuerdo con qué fibra le toque.
Me gustaría compartir con vosotros ciertas obras cinematográficas que, a mi parecer, llevan consigo una banda sonora que las complementa a la perfección. Empecemos con “Memorias de África”. Esta inolvidable película ha pasado a la historia no solo por la historia que se nos narra en ella, sino por la inolvidable banda sonora compuesta por John Williams. Con solo escuchar los primeros acordes, al menos a mí me ocurre, se me aparecen Meryl Streep y Robert Redford y el relato de su relación se desliza por mi memoria haciendo palpitar mi corazón. No puedo evitarlo, me pone la carne de gallina.
En el caso de la siguiente película, se me eriza el vello también, pero por motivos muy distintos: la tensión, el miedo, el recuerdo del “mal rato” que la pobre Janet Leigh pasa en un lugar tan poco dado a sustos como una ducha. Por supuesto, hablo de “Psicosis”. La famosa banda sonora de la película de Hitchcock fue compuesta por Bernard Herrmann. Según dicen, la forma en la que este utilizó el acorde de séptima disminuida es uno de los mejores ejemplos de cómo ciertas notas poseen la capacidad de producir efectos calculados en quien las escucha. En este caso, la inquietud provocada por esa música es lo que impregna unas imágenes que, de no ser por ella, no nos harían sentir tanto miedo y angustia. Veamos dicha escena:
A continuación, comparto con vosotros una película que no sé si mucha gente conoce, pero que merece la pena ver, tanto por la emotiva historia narrada como por su maravillosa banda sonora. Se llama “Despedidas” y la dirigió Yojiro Takita. En ella encontramos el viaje real y metafórico que emprende el personaje principal tras perder su empleo de violonchelista en una orquesta. Como imaginaréis, la mayor parte del gozo auditivo proviene de este instrumento, pero lo que destacaría es la intensidad de emociones que surgen de la combinación exquisita de ciertas piezas con un hilo narrativo que nos transporta con compañeros de viaje tan improbables como la muerte y el llanto y que, al culminar, nos deja con el corazón rebosante. Las lágrimas que caen con esta historia son de las que curan, de las que lavan heridas y nos permiten contemplar un pasado doloroso con cariño y comprensión. Aquí tenéis el tráiler de esta deliciosa película.
Finalmente, ¿qué podemos decir de “La lista de Schindler” que no haya sido dicho ya? Solo que si se ha visto la película, ya con los primeros acordes surge en tromba un torrente de emociones que provoca las lágrimas en cuestión de segundos. De no haberla visto sé que esas mismas notas iniciales, con la carga de belleza y tristeza que portan, evocarían igualmente unas imágenes quizá no tan duras como las que abundan en la cinta, pero sin duda teñidas de tristeza y nostalgia.
LA MÚSICA
Si hablamos de distintas narrativas creo que es justo afirmar que la música también es un relato. Y lo mejor de todo es que a cada uno de nosotros nos cuenta una historia diferente. Así de poderosa es su mágica multiplicidad, así de eternas sus posibles interpretaciones.
Me atrevería a decir que existe un momento de intensidad narrativa inconmensurable contenido en una sola nota. En esta pueden comunicarse significados tan diversos como los sentimientos transmitidos en una mirada sin necesidad de palabras; el momento en el que te das cuenta de que algo se ha roto de forma irreparable; el instante mágico en el que unos personajes se ven por vez primera y sienten que ya se conocen, etc.
¿Percibiremos todos esa simple nota de igual manera? Probablemente no; lo que a unos afecta puede dejar indiferentes a los demás, por eso la música es una elección tan personal. Por eso cada uno la experimenta según lo que lleve dentro. No obstante, estoy segura de que hay una nota para cada persona. Es más, si no se nos condujera hacia una interpretación por medio de un texto o una imagen, cada individuo interpretaría de forma distinta una misma pieza. Por ejemplo, tomemos las Cuatro Estaciones, de Vivaldi.
Durante muchos años he escuchado las cuatro piezas sin saber el nombre de cada una. No lo necesitaba, tan solo quería disfrutar de la música, como se hace con una canción cuya letra no entiendes… ni falta que te hace, la melodía basta para embrujarte. El contenido elegido por su creador vendrá después. Bien, pues sin saber cuál era cuál, el verano en mí se identificó instintivamente como otoño, con las imágenes que mi cerebro, solito, creó para regalarme la fuerza de una naturaleza salvaje, envuelta en ecos de tormenta y en la que un viento furioso azotaba por igual nubes y hojas, recuerdos y temores. ¿No es esta una señal inequívoca de que a cada uno la música nos afecta de manera diferente? Sin embargo, a nadie (creo yo) le daría por asociar los siniestros acordes de “Psicosis” con una escena de amor (¿o sí?), luego ciertas emociones sí son comunes a la mayor parte de seres humanos.
Conclusión
En los dos primeros tipos de narrativa que he mencionado se puede elaborar una mezcla mágica si se las combina con el tercero, la música preferida (o con aquella que, de forma misteriosa te pida la creación en cuestión). Por eso hay canciones que nos hacen reír o llorar, porque van asociadas a ciertas imágenes o historias con las que tenemos alguna conexión especial.
Sin embargo, los ojos del corazón también ven y, a veces, para poder deleitarse con dichas canciones, partiendo de la pura melodía, debemos aprender a despojarlas de los recuerdos, a desprenderlas de escenas y personas cuya huella es demasiado palpable. Desnudar la música de los significados adquiridos con el tiempo y la experiencia, disfrutarla per se… ¿Es eso posible? Yo creo que sí; tan solo hay que escuchar la historia que nos cuenta, dejarse acariciar por sus dedos fantasmales, que dibujan para nuestras mentes todo aquello que podamos imaginar.
Dicho esto, gocemos, pues, tanto de las diversas combinaciones de música y narrativa como de cada una de las creaciones artísticas por separado.