Se ha hablado ya mucho del poder de la imaginación, de lo importante que es en todas las facetas de la vida, bien sea para poder crear otros mundos o para ser capaces de sobrellevar las enormes dosis de realidad de este en el que vivimos. Nos ofrece la oportunidad de modificar lo que nos rodea, de ver las cosas como no son. Y, lo mejor, nos permite a escritores y creadores de cualquier disciplina artística dotar de vida a universos desconocidos e impensables antes, a personajes de ficción que pueden llegar a resultar tan creíbles o más que los de carne y hueso con los que nos cruzamos cada día. Así pues, es esta una herramienta nada desdeñable, por lo que me gustaría centrarme en el papel de la imaginación en la literatura y mencionar algunos autores y obras que dejan de relevancia de manera muy evidente cuán importante es ser capaz de imaginar y ser creativo, independientemente de las circunstancias en las que se desarrolle tu existencia. Porque, ¿acaso resulta imprescindible haber volado de verdad para experimentar lo que Atreyu debió sentir al subirse sobre el lomo de Fujur y surcar esos maravillosos cielos de Fantasia? ¿O hace falta ser capaz de viajar en el tiempo y rodearse de druidas para escribir algo como El Sendero de la Palabra? Por suerte no, aunque no estaría nada mal poder hacerlo. Necesitamos una máquina del tiempo ya, ¿no creéis?
Julio Verne
El francés es uno de mis autores favoritos y no solo por sus maravillosas historias, capaces de trasladarnos a mundos ficticios que nos hacen soñar incluso más de cien años después de que su prodigiosa mente los creara. Los entendidos dicen que sus mundos son creíbles porque los describió con unos detalles de una precisión científica bastante loable. Me atrevería a afirmar que su principal mérito reside en su habilidad para hacer a los lectores creer en la existencia de artefactos que en su época no habían sido inventados (como los cohetes espaciales y el submarino) y que solo lo serían una vez transcurrido mucho tiempo. De hecho, Verne es considerado el precursor de la ciencia ficción y entre sus obras se encuentran títulos tan conocidos como Veinte mil leguas de viaje submarino y Viaje al centro de la Tierra, entre muchos otros.


Hoy en día no resulta difícil imaginar los mundos que creó, puesto que podemos verlos plasmados en centenares de obras de otros autores y en todas las disciplinas (literatura, cine, cómic…), pero en la época en la que fueron ideadas por él debieron causar estupor y una atracción inmediata. Seguramente un hecho que debió influir en su escritura, así como en la de otros autores un poco posteriores, como H.G. Wells, fue la Revolución Industrial. Esta, con su promesa de un futuro de tintes inimaginables en el contexto de un presente bastante desesperanzador para Europa, trajo consigo avances tecnológicos que debieron de hacer germinar en los cerebros de estos y otros artistas ideas que parecían más producto de la magia que de la ciencia. Leer sus obras, rebosantes de aventuras inolvidables, sí que debió de ser y es una verdadera vía de escape de la realidad.
William Shakespeare
Para quienes estéis familiarizados solo en parte con la obra del bardo de Stratford-upon-Avon, podríais pensar que los reyes y granujas que este hizo desfilar por sus páginas no tenían nada de mágico, menos teniendo en cuenta toda la literatura que hay sobre las fuentes de las que Shakespeare tomó muchas de sus ideas. Sin embargo, entre su producción se encuentran obras que destilan imaginación y mundos oníricos tanto de pesadilla (Macbeth, Hamlet) como de lo más sugerentes (El Sueño de una Noche de Verano, La Tempestad). Nunca dejará de maravillarme que un hombre cuya vida se desarrolló en la Inglaterra del siglo XVI y parte del XVII pudiera concebir historias de brujas y visiones infernales, de fantasmas que buscan venganza, de traviesos duendes y hadas que se entremezclan con humanos en un mundo mágico y hasta de un hombre cuyos poderes son capaces de invocar a la misma naturaleza para desatar una tempestad bíblica que le sirva para sus propósitos dramáticos. Y por mucho que sus fuentes incluyan a clásicos como Ovidio o Plutarco, no se le puede negar el mérito a este genial escritor. Por si desconocéis la enorme influencia de Shakespeare en producciones contemporáneas de tintes fantásticos podéis investigar sobre las referencias a sus obras en Star Trek o Doctor Who, o incluso en El Rey León (¿os resultaba familiar la historia del cachorro que, tras la muerte de su padre, el rey, ha de huir de las garras del nuevo monarca, su tío? Si la respuesta es sí seguramente sea porque algo habríais oído sobre la historia de Hamlet, príncipe de Dinamarca).


Así pues, a quienes no hayáis leído ninguna de las creaciones shakespearianas os recomiendo que elijáis una de estas para empezar y os sumerjáis en unos mundos imaginarios que os cautivarán.
Mary Wollstonecraft Shelley
Ser una mujer con un bagaje literario mamado desde la cuna (su padre era el escritor William Godwin y su madre la escritora y activista por los derechos de la mujer Mary Wollstonecraft) y estar casada a los 19 años con un reconocido poeta, Percy B. Shelley, podría ser ya una tarjeta de presentación impresionante. Sin embargo, esta mente maravillosa es la creadora de una de las obras cumbre de la literatura, Frankenstein o el Moderno Prometeo (1818), y tiene un mérito increíble no solo por lo joven que era cuando la escribió, sino por las circunstancias en las que su vida se desarrolló. Recordemos que Mary nació en 1797, una época nada fácil para ser mujer y escritora, por mucho que grandes luchadoras como su madre lucharan por intentar cambiar esas circunstancias. La dificultad que las escritoras tenían para publicar las obligaban, en muchas ocasiones, a doblegarse y permitir que sus escritos aparecieran bajo la autoría de un hombre o de forma anónima. Esto último fue lo que ocurrió en el caso de Mary y la primera edición de Frankenstein y, puesto que algunas de las mentes más influyentes de la época (por ejemplo, Walter Scott) dieron por sentado que era obra de un hombre, muchos asumieron que su marido, Percy, tenía que ser el autor de la misma. Por fortuna, se enmendó semejante injusticia y la novela, magnífica por su oscuridad y su lirismo, por su crítica a una sociedad en la que muchos seres no encajaban por el hecho de ser diferentes, salió a la luz con el nombre de su legítima autora.

Este mismo año hemos podido ver en cines una película que nos cuenta la historia de esta increíble mujer de una manera bastante verídica. Muy recomendable.
Emily Dickinson
Americana y nacida en la primera mitad del siglo XIX, Dickinson es uno de los ejemplos más claros de que no hace falta viajar para ser un escritor excepcional. Pasó su vida prácticamente aislada del mundo, cuidando a su madre enferma, aunque sí mantuvo correspondencia con personas que eran importantes para ella y se especula con que pudiera haber mantenido algún romance con más de un caballero o que incluso pudiera haberse sentido atraída por quien después sería su cuñada. Estos hechos se reflejaron en una gran película del año 2016, Historia de una pasión.
Fue una poeta de abundante producción, con un peculiar uso de la sintaxis y la rima, pese a que sus méritos literarios no le fueron reconocidos en vida. Una pena, porque sus composiciones son extraordinarias y se la considera una de las figuras clave de la literatura americana, a pesar de que la mayor parte de su producción se encontró tras su muerte. Si os interesa saber más sobre ella pinchad aquí.
Las hermanas Brontë
Otro ejemplo del gran papel de la imaginación en la literatura lo encontramos en las hermanas Brontë, Charlotte, Emily y Anne. Con una vida que se desarrolló durante la primera mitad del siglo XIX, son la prueba irrefutable de que casi todo lo que necesitamos a la hora de escribir lo tenemos dentro: la capacidad de imaginar, de ponernos en la piel del otro, de fabular. Su obra deja patente que es posible crear narraciones maravillosas tirando de la propia experiencia y convertirlas en historias universales con las que llegarán a identificarse lectores de otras épocas y lugares.
Las tres publicaron sus primeros escritos bajo pseudónimos masculinos, Curris, Ellis y Acton Bell, y pasaron la mayor parte de su existencia, especialmente Emily, en una zona del norte de Inglaterra. Fueron educadas en casa por su padre y una tía debido a un brote de fiebre tifoidea que se llevó por delante la vida de otras dos de sus hermanas.
Emily, autora de una sola novela, Cumbres Borrascosas, que se publicó un año antes de su muerte a la temprana edad de treinta años, fue capaz de crear unos personajes inolvidables, Catherine Earnshaw y el indomable Heathcliff, y de situar su inabarcable e intensa pasión en lo que podríamos considerar un tercer personaje: la zona pantanosa de Yorkshire, donde la autora vivió la mayor parte de su vida y cuyas inclemencias y dureza parecen dotar de personalidad propia a una naturaleza cruel.

Charlotte publicó cuatro novelas, entre las que Jane Eyre se considera un clásico de la literatura inglesa. En ella cuenta en primera persona la historia de una joven institutriz al servicio de un hombre bastante hosco del que acaba enamorándose. Los hechos, nutridos de la experiencia personal de la escritora como gobernanta, se desarrollan en una atmósfera de marcado carácter gótico, lo que convierte la historia en una pieza clave para este tipo de ficción y a Charlotte en una autora de referencia.
En cuanto a Anne, de salud muy delicada, solo publicó una novela (en su primera edición bajo el nombre de Acton Bell), Agnes Grey.
Como veréis, es indudable la importancia del papel de la imaginación en la literatura.¿Se os ocurre algún otro autor/autora que fuera capaz de crear mundos maravillosos a pesar de las circunstancias en las que se desarrollara su vida?